Presentaciones Lij

Cuentos para niños

A propósito de “Un loco con paraguas”

Por Teresita Saguí (*)

Había una vez alguien que quería contar cuentos. Tejía redes de palabras con el empeño de un verdadero pescador. Nada era más importante que construir la red y lanzarla hacia el oído atento del oyente. Nada era más importante que el deseo de embriagar su imaginación con el placentero sabor de lo contado.

Este breve acercamiento inicial habla, metafóricamente, no sólo de una visión en torno del contar sino de la raíz misma del cuento. Scheherezade[1], la narradora de “Las mil y un noches” es, en tal sentido, un símbolo. En ella se encarna la necesidad fundamental de contar y, al mismo tiempo, de reconvertir el mundo a través de lo contado.
Sin entrar en consideraciones teóricas es para mí claro que todo cuento emerge a partir del anhelo de forjar nuevas relaciones con el otro. El encanto de la palabra narrada pone en acto el juego de participación: entre quien seduce y quien es seducido la ilusión se instala y cambia el mundo. Scheherezade no sólo logra cautivar al sultán noche tras noche con cuentos sorprendentes, sino salvar su vida y mudar su circunstancia.

La necesidad humana de contar se hace presente en toda la historia del hombre. Pensemos, sin ir más lejos, en la de nuestra propia familia. Todos tenemos o hemos tenido abuelos, padres, tíos, alguien cercano que nos ha contado cuentos, y esos cuentos han embellecido nuestra infancia y nos han permitido mirar el mundo de un modo diferente. Recuerdo, entre muchas, las peripecias de Pedro Urdemales o Pedro Ordimán (como le llamaban mi abuela catalana y mi madre). Vuelvo a sonreír con sólo recordar la niña que no podía sacar los ojos de su abuela mientras ella narraba las aventuras del pícaro. La misma niña que en la voz de su madre descubría nuevos tonos, detalles, formas de respirar el cuento.

Había una vez alguien que quería escribir cuentos.
Ya no se trataba de tejer una red de palabras que apresara el oído sino de construirla con palabras escritas, organizadas en el papel para que los ojos del lector pudieran hacerlas suyas en el recorrido. Se trataba de usar otras formas y estrategias. Era necesario ajustar procesos, establecer un orden sujeto a reglas diferentes, otro modo de tejer para llegar al lector.

Yo quería escribir cuentos.
El hecho de que escriba cuentos, particularmente cuentos para niños, me lleva constantemente a planteos en torno de la lectura y del lector. Más aún: en el momento mismo de comenzar a escribir tengo presente el horizonte de referencia que se manifiesta en la intención clara de escribir un cuento para niños. Es decir que antes de iniciar la escritura tácitamente vislumbro un destinatario con la aptitud y la disposición para emprender la lectura. Pero analizando la situación me doy cuenta de que mi trabajo muy pronto se desentiende de ese planteo preliminar y se potencia sólo como intención de movilizar la sensibilidad del lector. Quiero que mi cuento le guste; más aún, que lo emocione, lo exalte. Elijo las palabras, armo y corrijo el tejido de manera que pueda deleitarlo; pero a la vez deseo que él construya a partir de lo escrito su propio cuento, que vuele, que sueñe, que se apasione. Quiero que cuando la lectura acabe ese lector siga leyendo. Como nosotros seguimos leyendo en la imaginación los cuentos que leímos siendo niños. Mi intención se convierte así en una pretensión: lanzo la red y la abandono como un objeto mágico cuyos poderes sólo tendrán sentido en el momento en que el lector comience a recorrer los hilos, a elegir caminos y bifurcaciones, a jugar en el proceso de descubrimiento.

Estoy segura, como lo he dicho en varias ocasiones, de que no hay escritor sin intención convertida en pretensión. Sólo abrazado a ella puede elegir las palabras y organizarlas; únicamente sostenido por la tensión hacia el lector puede avanzar sobre la escritura. Hacerlo exige, como no puede ser de otra manera, el esfuerzo de la construcción: reescribir tantas veces como sea necesario, tejer y destejer con el ansia de ir un poco más allá todavía.

“Un loco con paraguas” ha respetado ese peregrinaje. Es un libro de cuentos donde el “parece mentira” tiene la pretensión de provocar en el lector el deseo de hacer suya la aventura a través de los vaivenes de un mundo donde no es fácil conseguir lo que se anhela:
“Parece mentira que una lechuga pintada pueda atraer la lluvia. Parece mentira que un anillo pueda ascender una montaña, o que un burro hable, o que las vizcachas instalen un jardín en la puerta de su casa.”
Pero en el “parece mentira” del cuento todo es posible.
Clic en la imagen para ver los datos biográficos de la autora y la portada y contraportada del libro.


(*) Palabras de la escritora Teresita Saguí (http://www.teresitasagui.com.ar/) durante la presentación de su libro: “Un loco con paraguas” en el Museo Municipal de arte Moderno, Plaza Independencia, Mendoza. El 29 de septiembre de 2009.


[1] Scheherezada (árabe: شهرزاد Shahrazād, nombre de origen persa) es la narradora en el libro de cuentos árabe Las mil y una noches. La historia por capítulos cuenta que el sultán Shahriar (persa: شهريار o "gran rey") desposaba una virgen cada día, y también que mandaba decapitar a la esposa del día anterior. Todo esto lo hacía en venganza, pues encontró a su primera esposa traicionándolo. Ya había mandado matar a tres mil mujeres cuando conoció a Scheherezade. Pese a las protestas de su padre, Scheherezade pasó voluntariamente una noche con el rey y comenzó a narrarle un cuento durante toda la noche. (Extracto de: Scheherezade [en línea]. Wikipedia, La enciclopedia libre, 2009)
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2 comentarios:

ROXANA dijo...

siempre tuve deseos de escribir cuentos para niños, gracias por devolverme la motivacion que andaba perdida
ROXANA

Anónimo dijo...

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