“Puntos de
lecturas”
Una experiencia de
lectura en el Centro Infantil y Juvenil N° 8 de Guaymallén
Por Mª Eugenia
Simionato (*)
La siguiente experiencia de lectura la desarrollé en dos grupos, uno en donde
participan chicos de 7 a 9 años y otro grupo de 10 a 12 años. El lugar es el
Centro de Salud Mental N°8 en
Guaymallén. Allí funciona un dispositivo de taller, donde compartimos lecturas
de libros y luego proponemos diversas acciones con las que cada uno se
identifica. Se trata de despertar vivencias, sensaciones, imaginación…
La idea comienza, más que con la
literatura en sí misma, con la posibilidad de “arte” que es posible disparar
con ella. La propuesta es que los chicos puedan manchar sus manos con el arte
que implica despertar la más intima sensación que un objeto del mundo puede
hacer emerger, y lo que justamente me interesó fue: ¿Cómo poder
vincularnos con lo propio, con lo más singular, con la propia visión de lo que
nos rodea?. Y desde la lectura de libros, brindar a los chicos la posibilidad de que se conecten con su mundo
interno, que es anterior a la palabra dicha-hablada. Las sensaciones que puede
producir un personaje, las identificaciones que pueden surgir y que detectamos
por alguna mirada más atenta en ciertos puntos de lo que se va leyendo, el quedarse en alguna parte del
cuento y no en otra. A esto, resumidamente apuntan los talleres, a poder
rescatar estos momentos tan posibilitadores, porque leerle a un niño es
acariciar su historia, que en este caso viene tan dañada y muda.
En el curso ofrecido en EDELIJ (*) y
dictado por la profesora Silvina Juri, aprendí algo sobre esto: darle el toque
personal a lo que uno lee, que la pasión primero debe comenzar en el mediador,
lo que a él le genera el texto primero, porque eso los chicos lo perciben
inmediatamente y se enganchan (o no),
porque es probable que no sólo transmita la lectura del libro, sino la
pasión que el mediador despierta en ese acto comunicacional con el “otro”. Esto
los chicos lo distinguen muy bien, cuando se lee como acariciando cada letra,
haciendo llorar a alguna palabra, o haciéndole cosquillas para que la palabra
le sonría a ellos. Aprendí que todo esto es el instrumento con el que iba a
contar para trabajar; el tono de voz al leer, el meterme en el cuento, el jugar
con los personajes, hacerlos hablar como si cobraran vida. Eso era. Eso es lo
que hace que un chico pueda pensar en sus palabras, palabras “vivas”.
A partir de lo que estoy escribiendo,
se me ocurre contar una experiencia con un libro que Silvina compartió en el
curso-taller: “El punto”, de Peter.H.Reynolds. Es un cuento que en lo más
personal de mi experiencia como lectora, despertó un mundo de colores. Una
magia. Una esperanza. Es un libro que pienso, deberíamos todos los seres
humanos guardar como un tesoro. Porque
toca la esencia del ser, su originalidad, lo que nos hace únicos, el
punto más difícil de alcanzar, pero por la simpleza que conlleva.
Cuando los chicos escuchan el cuento….
A medida que voy leyéndoles el cuento,
donde Vashti, una niña que tiene su hoja en blanco, a quien no le “sale nada”,
y la maestra le dice: “haz sólo una marca y mira hacia dónde te lleva”, “Ahora
fírmalo”. Ella hace un punto, se lo muestra a la maestra, y la maestra lo
enmarca poniéndolo cerca de su escritorio. La niña desde ese día no deja nunca
de pintar, de hacer “sus” puntos, hasta que logra exponer sus obras de arte.
Allí un niño se le acerca, le dice que le encantaría ser como ella, pero que no
sabe dibujar nada, ella repite las palabras de su maestra que ahora son suyas,
con un final que propone multiplicar la esencia creadora.
Cuando termino de leerles el cuento,
noto un brillo en sus ojitos, ese brillo de haber escuchado la experiencia de
otro, están ahí en la exposición de Vashti, viendo su obra de arte. Y piden
dibujar.
Se me ocurre una idea: una cartulina para ellos y en un momento les digo
que voy a vendarme los ojos, y que voy a dejar mi marca en la cartulina, y
ellos tienen que guiarme, yo dejo mi marca, y a partir de allí dibujo lo que
salga: comentaron que veían nubes, sol , flores… La idea de estar con los ojos
vendados, es para que vean que en el arte no importan las formas exactas,
perfectas, que los garabatos llevan el curso de la espontaneidad, de lo que
surge espontáneamente, sin anularnos en la idea de la perfección. A los chicos
les encantó hacer esto, luego cada uno se vendó los ojos y seguimos el
circuito. Salieron líneas “disparatadas”, siguiendo otro orden. El orden de lo
que nace sin tanta exigencia impuesta.
Nos reímos. Ellos conversaban, una de las niñas volvía a contar el
cuento, como si ya quedara ese magnífico punto en su memoria, marcando su corazón.
Esto fue importante, porque estos chicos viven diariamente realidades
muy duras, vienen anulados desde un discurso que los margina, los estigmatiza
con marcas que no tocan el corazón, sino que lo estrujan; desde la propia
familia, y en la escuela, se los ve como
“no pudientes”, no capaces de tener un encuentro con su particularidad, con su
“timming”. El tiempo en las escuelas es un tiempo justamente “sin recreos”,
donde se homogeniza la tarea en un tiempo que debe ser “igual para todos”,
donde nadie tiene que mostrar alguna diferencia con el resto. Entonces vemos
inhibiciones en la lecto-escritura, y el diagnosticado es siempre el niño. ¿Qué
hubiese pasado si la maestra le decía a Vashti: ¡Eso no es un dibujo!, ¡¿Un
punto dibujaste?!... Estas cosas suceden en la realidad escolar. Y nos
involucra a todos.
En relación a esto tengo pensado trabajar un cuento de María Elena
Walsh: La Plapla. Un cuento que rompe con la idea de lo estático de las
palabras, una propuesta inmejorable de la autora, donde nos invita a ver como
la Plapla baila en los renglones del cuaderno de Felipito, y le habla, y le
dice que sólo debe mirarla. Y Felipito le pregunta: “¿Y después qué?, después
nada- contesta ella”. Una letra que nadie nunca le dijo que existiera, una
letra, que a mi entender, escribió él, y se hace tan desconocida como lo que es tan propio, porque venimos ya con
el mandato absurdo de educar a los niños en las formalidades tan lejanas de lo
vivo, de lo que es de uno mismo. Como si las letras estuvieran muertas, y no
fuera posible darles vida. Vemos como se enseña a veces la palabra, “para
tenerle miedo”, y eso después lo sienten los chicos: “Miedo a leer, miedo a las
palabras”. En cambio la letra en el cuento baila y le habla a Felipito. Por
suerte cuando se lo cuenta a su maestra, ella no lo anula, ella lo escucha, no
piensa que está loco. ¡Una maestra parecida a la de Vashti!. Y ese día todo se alborota en el colegio por
la presencia de la Plapla. Es tanto el bochinche que desde ese día la Plapla no
figura en el abecedario. Y termina el cuento así:
“Cada vez que un chico, por casualidad, igual que Felipito, escribe una Plapla cantante y patinadora la maestra la guarda en una cajita y cuida muy bien de que nadie se entere.
“Cada vez que un chico, por casualidad, igual que Felipito, escribe una Plapla cantante y patinadora la maestra la guarda en una cajita y cuida muy bien de que nadie se entere.
Qué le vamos a hacer, así es la vida.
Las letras no han sido hechas para bailar,
sino para quedarse quietas una al lado de la otra, ¿no?”
Un
lugar para mi nombre….
Cuando lo que tiene que ver con el propio deseo “tiene que estar
escondido en una cajita sin que nadie sepa”, oculto; y quizá protegido. Pienso que tal vez no sea algo desafortunado
que las letras más valiosas tengan que permanecer en una cajita, sin que los
demás se enteren. Porque… ¿Quiénes serán esos “demás”, no?.
La posibilidad de acercarle a un niño la lectura de un libro, es
regalarle un mundo donde poner su subjetividad, su nombre, su marca. Ese es el
verdadero “Punto” que lo rescatará del sufrimiento de no saber dónde poner su
nombre. En los talleres les damos a los chicos la posibilidad de que con su
nombre puedan identificar lo más propio que tienen, y darles los materiales
para que juntos podamos construirle una casa, que siempre será única y
particular.
(*) Mª Eugenia Simionato, estudiante avanzada de la Licenciatura en
Psicología de la Facultad de
Psicología Universidad del Aconcagua de Mendoza, trabaja en el Centro Infanto
Juvenil de Guaymallén, Mendoza ofreciendo Talleres de cuentos para niños y
jóvenes. La experiencia publicada pertenece al trabajo presentado por Eugenia
para el Curso-Taller denominado “¿Cómo promover la lectura en niños y jóvenes?”
dictado por Silvina Juri y organizado en EDELIJ (Avalado por DGE. Resolución Nº
0221/2011)
5 comentarios:
Me entusiasmo mucho esta experiencia que ha contado María Eugenia y me ha dado ideas para llevar al aula. Gracias por compartir.
eugenia me encanto como contaste tu experiencia y explicaste de que manera estos libros y la litetatura en general les da herramientas a los niños para valorar y para encontrarse con su individualidad aún cuando a todos parece molestarles. Si bien hablas de niños en situaciones muy desfavorables, creo que tus aportes se aplican a la niñez en general. me gustó mucho como relacionaste esta temática con La Plapla, me hizo valorar más este cuento...
Muchas gracias Paula por tus palabras. Son hermosos cuentos!!!. Gracias Silvi por acercarme a esta magia...
Qué lindo Mariela!, muchas gracias a vos!!
Maru, la maravillosa experiencia que relatás da cuenta de tu compromiso y amor por la trasmisión. Por el saber. Los "puntos" en la vida de los sujetos son marcas que nos definen, que nos constituyen...gracias por ponerlo en valor! FELICITACIONES!!!
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