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La metaficción, un juego presente en obras para chicos…
Por María Candela López (*)
El objetivo de este trabajo consiste en identificar la manera en que el concepto abstracto de metaficción se manifiesta en el libro-álbum Mal día en Rio Seco (Chris Van Allsburg) a través de diversos recursos textuales y gráficos. Para esto, en primera instancia conviene deslindar el significado del concepto de metaficción.
La metaficción es un concepto presente a lo largo de toda la historia de la literatura, pero es en las obras postmodernas donde su aparición se ha intensificado. Y más específicamente, dentro de la literatura infantil actual, el álbum es el territorio que la experimentación metaficcional ha elegido para manifestarse.
Tradicionalmente, la literatura infantil tiende a presentar una visión del mundo sin contradicciones, desarrolla un solo hilo argumental, prefiere los finales cerrados a los abiertos, está focalizada en un solo personaje y no presenta variaciones de estilo, entre otras características. Los recursos metaficcionales descubren las convenciones de esta literatura canónica y revelan la manera artificiosa en que operan estas viejas convenciones.
Las características propias de las obras postmodernas son, entre otras: rechazo al realismo, develamiento de los mecanismos constitutivos de la ficción, conciencia lingüística, un alto sentido lúdico, intertextualidad, intención de producir desconcierto en el lector y, en muchos casos, de hacerle participar en la construcción de la obra, la noción de que la realidad no puede ser reducida a una sola y única interpretación y la conciencia sobre la arbitrariedad del lenguaje.
Las obras metaficcionales ponen de manifiesto las diferentes maneras de ordenar el mundo de ficción y permiten que el lector participe en el acto de darle sentido al mundo literario y sea consciente de qué expectativas y conocimientos pone en juego cuando lo hace.
La metaficción implica aprender a leer distanciadamente, además de hacer evidente el papel activo del lector en la construcción del sentido y de mostrar los aspectos importantes sobre el funcionamiento de la literatura y las posibilidades creativas de los textos literarios.
-Comentario sobre los recursos metaficcionales del libro “Mal día en Río Seco” del autor Chris Van Allsburg, editado por el FCE, México.
La lectura de un álbum resulta un tanto heterodoxa, no tanto por lo que dice, sino por cómo lo hace. “El álbum muestra un trabajo polifónico donde el soporte físico y la narratología visual y textual concuerdan afinadísimamente” (Teresa Durán, 2010:37). Por lo tanto, y ya que el abordaje de un texto de estas características se vuelve complejo, vamos a seguir para el análisis de Mal día en Río Seco el modo de lectura que la autora antes mencionada propone en su artículo Cuando el texto calla. Lectura de un álbum: La reina de los colores.

  • El formato
Mal día en río seco es un libro vertical de tamaño mediano, del estilo de los destinados para que los niños coloreen. Ya la tapa remite a la historieta clásica: el estilo hiperrealista en blanco y negro, figuras solo delineadas en su contorno y el tipo de ilustración que recuerda a aquellas historias antiguas, en lugar de las imágenes tridimensionales con luces y sombras a las que estamos habituados. 

  • La calidad del papel
El papel en el que nos llega Mal día en Río Seco es brillante y satinado, para ser dedicado a la lectura. 
  • Las guardas 
A menudo, las guardas en el libro álbum constituyen un paratexto que preanuncia e informa sobre el contenido del  mismo. En Mal día en Río Seco, las guardas son lisas, monocromas y se destacan por su sencillez: un negro profundo pregona que la vida y los personajes de Río Seco empiezan y terminan en los límites cerrados de las páginas siguientes. Esto se justifica con una última frase que cierra el relato: “Y entonces la luz se apagó”, palabras que recuerdan que bajo la tapa del libro para colorear late la historia de Río Seco. Esta última frase del narrador, ajena al niño/a que ha intervenido sin saberlo en la vida de los personajes coloreados, está destinada al lector, único cómplice de los dos mundos.

  • Cubierta, contracubierta y página de portada
Deben brindar información y a la vez constituirse en un anzuelo para el lector. La cubierta de Mal día en Río Seco muestra en blanco y negro el expresivo rostro del alguacil Ned Hardy en actitud de franca desesperación: su mirada está orientada hacia el cielo –un cielo que no vemos, pero intuimos-, de manera que podemos conjeturar que desde esa dirección llega el motivo de su agobio. Allí se encuentran ya los trazos misteriosos que se incrementan a lo largo del relato y cuyo origen se develará con las últimas páginas. En gruesas letras negras mayúsculas aparece el título de la obra que enmarca la imagen descripta. A pie de página, se destaca el nombre del escritor e ilustrador del álbum: Chris Van Allsburg. La contracubierta presenta otra imagen: esta es una foto del mencionado autor ambientada en una especie de taller donde, suponemos, trabaja en compañía de una nena ataviada como vaquera. Podemos suponer que es su hija y, de seguro, a quien va dedicada la obra: “A Sophia mi vaquerita”, como reza la página de portada. Ambos, padre e hija posan para la foto, mientras pintan –o garabatean- escenas de Río Seco con los mismos crayones que aparecen en las últimas páginas del libro. Con esta foto en la contracubierta del libro podemos reafirmar el gusto del autor por los juegos de ficción: la cadena de representaciones continúa.
La página de portada contiene otra ilustración de las del estilo del western, cuya silueta en blanco y negro, enmarcada y mucho más pequeña veremos desplegarse en las páginas siguientes. Esta también nos adelanta el contenido del relato: se ve al mencionado alguacil en su caballo tratando de acometer las rayas violentas en rojo y amarillo que se avecinan.
 

  • El relato y su progresión, los personajes, la acción y la secuenciación
Ahora nos metemos de lleno en el relato y su progresión. Un narrador aparentemente imparcial, describe casi lacónicamente la demasiada tranquila y monótona vida de Río Seco. El dibujo apoya el texto: “dos docenas de construcciones a lo largo de un camino polvoroso que no lleva a ninguna parte”. Casas sin color, divididas o agrupadas en torno a un camino inservible: “nadie había venido ni se había ido jamás”. El lector se entrega al narrador y queda involucrado en el previsible universo del "Far West"; pero al dar vuelta la página, también en blanco y negro, irrumpe un extraño acontecimiento: “una luz brillante en el cielo del Oeste” y aún más inexplicables “gruesas tiras de una especie de lodo brillante y grasoso” cubren los caballos de la diligencia sin cochero detenida por primera vez en Río Seco. El alguacil Hardy trata inútilmente de arrancar las tiras resbalosas –más adelante sabremos por qué- que inquietan a los caballos y, valiente, decide ir en busca de la causa del misterio. Siguiendo la ruta de la diligencia constata que continúan las marcas, pero ahora se suman los colores: el verde en la naturaleza, el azul en el sombrero y los ojos del inerte cochero, los lilas y rosas en los lomos del ganado. En ese momento y desde allí puede divisar que algo terrible ha ocurrido en Río Seco: las casas del pueblo están cubiertas también con las horribles marcas y rayas. Los habitantes relatan lo sucedido: “de improviso, el cielo sobre sus cabezas se había cubierto con una luz brillante, que congelaba todo lo que tocaba”. Uno de ellos asegura: “como si salieras de un cuarto oscuro y miraras al sol de frente a mediodía” y el narrador remata: “cuando la luz se alejó, estaban cubiertos con las marcas grasientas” (¿acaso la luz cegadora que ven los habitantes del pueblo será la que irradia la lámpara que cuelga sobre la mesa de trabajo del vaquerito?, ¿acaso los personajes la ven cuando la página es dada vuelta y queda abierta bajo la luz de la lámpara? Si tenemos en cuenta esto, podemos decir que, como una metáfora, la oscuridad corresponde al momento en que el libro –o al menos la página- permanece cerrado y la luz cegadora al momento en que el álbum es abierto y “vuelto a la vida”).
El alguacil, como prototipo de héroe western y como no puede ser de otro modo, decide encabezar la lucha contra lo desconocido y sale del pueblo con una cuadrilla de hombres armados. Seguir el rastro del mal no es difícil: “por todas partes se veían rayas aceitosas”. En esta búsqueda se encuentran con el enemigo: “era alto como un álamo y flaco como un palo de escoba” y hecho de la misma “sustancia grasosa” que cubre el paisaje. Atrapados en la lógica de su mundo, los vaqueros están seguros de que “ese larguirucho era el causante de todas sus desgracias”. El terrible enemigo no es más que un vaquero-monigote dibujado con los mismos crayones que el resto de los garabatos que cubren a los personajes de Río  Seco. Este encuentro es el momento culminante para el alguacil y su gente porque cuando van a arremeter contra el monigote “fueron congelados por la brillante luz que repentinamente llenó el cielo”. 


Al dar vuelta la página, se produce la primera revelación explícita del cruce de dos mundos: la ilustración muestra en el ángulo inferior derecho una mano infantil de carácter hiperrealista y en  tamaño real que pinta con un crayón (de las mismas características de la mano) las figuras sin vida del alguacil y sus hombres.
Por primera vez, un nuevo plano narrativo irrumpe a través de la ilustración, ahora independiente del texto verbal.

La doble página siguiente, desde una perspectiva aérea, representa a un niño o niña con idéntico estilo de la mano anterior que, inclinado sobre una mesa, de espaldas al lector, pinta las figuras del álbum de Río Seco. Junto al libro y en el suelo se ven dibujos infantiles, entre ellos el del enemigo-monigote-vaquero. Por primera vez, no existe texto que narre la imagen. El mundo de la historia de los vaqueros ahora queda suspendido -"congelado por una luz brillante", según palabras del narrador- y se abre paso un universo nuevo que da cuenta de las anormalidades grasientas. Es en este momento cuando somos conscientes de que formamos parte del efecto especular: nosotros, los lectores, sostenemos en nuestras manos un libro abierto (un libro-álbum) en una página donde un niño dibuja sobre otro libro abierto (un libro para colorear).
La gradación de planos de realidad está representada por los diferentes estilos pictóricos: el clásico dibujo de figuras delineadas, en blanco y negro, de las primeras páginas (convertidas ahora en ficción de libro para colorear) aparece dentro de un mundo "más real": el del niño/a en el estilo, tamaño y colores hiperrealistas. Este juego de planos también está representado por los diferentes puntos de acercamiento del narrador: el revelamiento de la presencia del causante de los males de Río Seco, se hace gradualmente: de la mano, a la cabeza y espalda del niño/a y de ahí a su cuerpo entero. Se evidencia además con tales propósitos, la presencia de texto escrito que acompaña narrando las secuencias del western y, por otro, la ausencia de este en el estilo hiperrealista que tiene al niño/a como protagonista: “La presencia de dos códigos interrelacionados hace posible que en el álbum se desarrolle un tipo de narrativa con unas características propias que son intrínsecamente afines a la experimentación metaficcional” (María Cecilia Silva-Díaz,  2005: 11). 
La página final muestra la figura infantil protagonista de los desastres de Río Seco que, otra vez de espaldas, deja su habitación para, probablemente, jugar con una pelota que lleva bajo el brazo. Sobre la mesa, ha quedado el "COWBOY, coloring book" cerrado. El libro es ahora un objeto más entre otros objetos que pueblan la habitación del niño/a.
-A modo de conclusión…
Mal día en Río Seco abunda en experimentos que buscan desenmascarar la ilusión de realidad que crea la literatura a través de convenciones que en la narrativa tradicional permanecen veladas. En esta obligada ruptura del pacto, el lector no puede sumergirse, ya que está a la vista el carácter ficcional del relato. Además, debe reconstruir su posición y convertirse en participante activo en la construcción del relato. La ruptura no le permite contemplar pasivamente el curso de las acciones, sino que debe movilizarse para cerrar –o no- la historia y reconstruir el sentido del texto. “La metaficción impulsa al lector a levantarse de su butaca de terciopelo rojo desde la que, absorto, contemplaba el drama; lo guía para que se mueva tras bambalinas y observe con distancia la tramoya y demás parapetos que rodean la escena” (María Cecilia Silva-Díaz,  2005: 21).
Mal día en Río Seco explota la variedad y complejidad de recursos metaficcionales sin abrumar al lector con presupuestos teóricos y sin que la función crítica inunde la ficción.
-Bibliografía
-Silva-Díaz,  María Cecilia (2005). La metaficción como un juego de niños. Una introducción a los álbumes metaficcionales. Caracas: Banco del Libro.
-Durán, Teresa (2010). Cuando el texto calla. Lectura de un álbum: La reina de los colores. En Mendoza Fillola, A. y Romea, C. (Coord.). El lector ante la obra hipertextual. Barcelona: Horsori.

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(*) María Candela López Profesora de Grado Universitario en Lengua y Literatura por la UNCuyo. El presente escrito forma parte del trabajo realizado para el Curso-Taller: “¿Cómo promover la lectura en niños y jóvenes?” (Resolución Nº 0221/2011) coordinado por la profesora Silvina Juri y organizado en la sede de EDELIJ (Mendoza).






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